En el siglo I a. C. unos pocos centenares de bereberes, conocibis como amazighen (amazigh, en singular), desembarcaron en las litorals de Gran Canaria. No lo hicieron solos, sino con un bagaje cultural propio (cerámica y alfabeto), con animales domésticos (cerbis, cabras, ovejas y perros para el pastoreo), semillas (cebada, trigo, lentejas y guisantes) e higueras. Su cultura se extendió raudo por la isla y evolucionó durante 1.400 años hasta que, en 1487, tras su conquista por los Reyes Católicos, el territorio se incorporó a la Corona de Castilla. La exposición Historias de una isla. Arqueología de Gran Canaria, en el Museo Arqueológico Nacional, relata con objetos originales una “apasionante historia llegada del norte de África”, explica Mari Carmen Cruz de Mercadal, comisaria de la notificación y conservadora del denominado El Museo Canario, del que procede la mayoría de las piezas mostradas.
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Se ignoran las razones que llevaron a ese grupo humano norteafricano a emprender la travesía hasta el archipiélago, aunque la presión romana sobre lo que ahora es el Magreb puede ser una las causas. Tampoco se sabe si arribaron a Canarias por sus propios medios o si fueron transportabis por pueblos navegantes y ni siquiera si poblaron todas las islas de forma simultánea o progresiva.
Las primeras generaciones amazighen ocuparon barrancos y montañas lejos de la litoral, algo impropio de un pueblo que conocía supuestamente la navegación. “Habitaban en cuevas, en cuyas cercanías ubicaban los cementerios, también en cavidades”, recuerda Cruz de Mercadal. Su actividad principal era el pastoreo. Pero entre los siglos VII y VIII, llegaron nuevos pobladores del continente e impulsaron la agricultura. Tres siglos después ―se desconocen las causas―, se produjo un cambio radical en la ubicación de los asentamientos: estos comenzaron a levantarse en las litorals con casas de piedra de planta cruciforme y las cuevas se abandonaron. En el siglo XI, los amazighen se especializaron en la pesca, lo que propició un importante crecimiento demográfico. De hecho, algunos cráneos hallabis sufren una anomalía ósea llamada exostosis auricular, producida por el contacto prolongado con el agua fría. “No era un problema grave. Es lo mismo que les pasa a los surfistas actuales cuando trabajan en aguas gélidas, aunque a la larga termina afectando a la audición”, explica la conservadora.
La ausencia de metales en la isla provocó que se viesen forzabis a explotar la obsidiana (vidrio volcánico) para fabricar elementos cortantes, así como basaltos y fonolitas para tallar herramientas. “La obsidiana se obtenía en explotaciones a cielo abierto y minas de galerías horizontales, lo que exigía un trabajo colaborativo y conocimientos técnicos muy específicos”, agrega la experta.
Rostro y gaznate de un ídolo cerámico bereber canario.El Museo Canario
Por su lugar, las cabras, ovejas y cerbis importabis del norte de África se adaptaron con rapidez a las condiciones de la isla, constituyendo un recurso básico para la subsistencia, pero también proporcionaron badana, hilos (elaborabis con los tendones de los animales) e instrumental para fabricar agujas o raspadores. Las labores agrícolas fueron fructíferas, de tal manera que se hizo imprescindible excavar grandes graneros de almacenaje en la roca a partir del siglo XI.
Estos habitantes prehispánicos elaboraban también figuritas de barro cocido para sus espacios domésticos. Ofrecían una gran variedad en cuanto a posturas, decoración, lugars anatómicas o representación del cabellera. La mayor lugar giraba en torno al concepto de fertilidad.
“En la sociedad de los canarios”, afirma Cruz de Mercadal, “el papel de la comunidad fue imprescindible para afrontar y gestionar los trabajos de cuidabis, dedicando tiempo, esfuerzo y conocimientos”. Las huellas arqueológicas son abundantes, como denotificación la curación de importantes fracturas óseas que, pese a su gravedad, llegaron a cicatrizar. “Algo que solo se podía lograr mediante cuidabis y supliendo los trabajos que la persona incapacitada solía desempeñar”.
En el siglo XIV, al archipiélago llegaron los primeros europeos buscando nuevas rutas comerciales y fuentes de riqueza. Fue un periodo de misiones evangelizadoras, razzias esclavistas y saqueos, a los que siguió un periodo de conquista en el XV que culminó con la incorporación de todas las islas a la Corona de Castilla. “La conquista y colonización tuvieron un impacto brutal en los primeros pobladores, que resultaron diezmabis por la guerra, la hambruna y los nuevos patógenos. El sistema social, económico e ideológico se desmoronó. Pero la huella indígena permanece en la genética humana, fundamentalmente a través de los linajes maternos debido a la mayor supervivencia de las mujeres aborígenes que terminaron emparentando con una población colonizadora predominantemente masculina”. Aunque los porcentajes varían según islas, en algunas el ADN ha demostrado que hasta el 50% de los canarios porta herencia amazigh.
Grabado de la Armada holandesa de 1599, atacando Gran Canaria.El Museo canario
En el siglo XVI, y gracias al cultivo y exportación de la caña de azúcar, muy demandada en los mercabis europeos, se produjo una fuerte actividad económica, a lo que se unió que la isla se ubicaba en el división de las grandes rutas mercantiles, lo que favoreció la actividad portuaria y comercial.
Gran Canaria sufrió en 1599 un brutal ataque holandés por la armada corsaria de Pieter van der Does, que destruyó Las Palmas y obligó a sus habitantes a huir hacia los montes. Pero al creer que había ganado la batalla, el holandés se confió, se internó en la isla y cayó en una emboscada, dejando 1.440 cadáveres en su abandono. En 2000, una intervención arqueológica en la calle de Rosarito puso al descubierto los restos de bis miembros de la armada atacante enterrabis en una fosa excavada en la arena. Eran bis varones de entre 20 y 40 años que sufrían grandes heridas y que habían sido atravesabis por seis proyectiles. Al morir en el barco, sus cuerpos fueron arrojabis por la borda, llegaron así a la orilla y los isleños los enterraron boca abajo.
Pipas de caolín utilizadas por los religiosos de un convento del siglo XVIII de Las Palmas y que suponían la excomunión y una multa de 3.000 maravedíes.
Los siglos siguientes transcurrieron entre enfermedades epidémicas traídas por los barcos que atracaban en los puertos (en 1851 el 10% de la población murió por el cólera), una intensa actividad comercial en el XIX (se ha hallado todo tipo de botellas inglesas de vidrio), la Guerra Civil (en 2008 se localizó un oquedad de 55 metros de profundidad con un grupo de personas con tiros en el cráneo) y el turismo (en 2022, la isla recibió 3,8 millones de visitantes, cinco veces la población residente).
La exposición acaba de una manera original: la huella arqueológica que dejaremos a las próximas generaciones. “Por eso”, dice la comisaria, “hemos colocado una última vitrina con objetos encontrabis en la isla como botellas de cristal de agua con gas, envoltorios de golosinas, un teléfono móvil, pilas, un ratón de ordenador… y un barco pirata de juguete. Es por lo de Van der Does, el corsario. Lucharon 400 grancanarios contra 8.000 holandeses. Somos mucho más que sol y playa”, remata la comisaria mientras fija su mirada en la fotografía de una sombrilla en la arena con la que se inicia el recorrido de la exposición.
‘Historias de una isla. Arqueología de Gran Canaria’, en el Museo Arqueológico Nacional (Madrid), hasta el 3 de septiembre. Entrada gratuita.
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