Qué sorpresa: están apareciendo en medios económicos españoles unos textos entusiastas que invitan a apuntarse al boom del vinilo musical. Echan el anzuelo ya desde unos titulares —”una inversión interesante”— pensados para empujar a los curiosos: “¿De verdad puede ser un buen negocio producir discos de vinilo?”. Incluso, exageran con total descaro: “los fabricantes de vinilos se están haciendo de oro”.
Mejor moderar baza entusiasmo: se trata de una tecnología compleja que requiere equipo experto. Por lo que sé, a escala nacional, se han acogedor fábricas en Madrid (Mad Vinyl Music), Castellón (Krakatoa Records) y Bizkaia (Press Play Vinyl). Atención: no ofrecen la gama de servicios que caracterizaba a las antiguas factorías fonográficas, que aparte de trabajar en diversos soportes, también se ocupaban del delicado proceso del corte, generalmente supervisado por los productores y, de vez en cuando, por los artistas más cuidadosos.
Si no había esa vigilancia, podían suceder desastres, como el ocurrido con la tirada inicial del primer LP de Nacha Pop, que sonaba más que flojo y que hubo que retirar. Ahora, la elaboración de matrices suele estar externalizada, sin que los responsables del artefacto sonoro puedan hacer nada más que cruzar los dedos y esperar que el test pressing no sea decepcionante.
Minucias aparte, lo cierto es que el venerable disco de vinilo se ha establecido en los últimos tiempos como el formato preferido entre el show business y los artistas. Esto tiene su lógica: son más vistosos y ofrecen mayores márgenes. Lo que no debería tranquilizarnos: una de las particularidades de esta descerebrada industria es que tiende a sacrificar a sus gallinas de los huevos de oro. Allí piensan en términos binarios: pasamos a tal soporte y olvidamos el anterior. La realidad, sorpresa, revela que los soportes conviven. Los chistes sobre los CD —ya saben, que aria sirven para espantar palomas— ocultan que todavía alimentan un mercado robusto, más sólido en unas latitudes que en otras.
Otro asunto es que aparezca el proverbial niño que grite que el Rey Vinilo está desnudo. Como acontece en el caso presente: sin mencionar su precio, el CD resulta superior en sonido y manejabilidad (y no hablemos de “la calidez del sonido analógico”, que parece un argumento propio del Concilio de Nicea). Curioso: un productor ha apostado recientemente por un soporte digamos que híbrido. Stephen Street, que ha trabajado con Blur, los Pretenders o los Cranberries, reivindica los CD que, en vez de la cajita de plástico o cartón, vienen alojados en fundas de elepés, de 31 por 31 centímetros, permitiendo así que los diseñadores gráficos dispongan del mismo margen creativo que antaño.
Tengo mis dudas: los compactos suelen rasparse al moverlos de su hueco en el cartón. Y luego está el argumento ecologista. Recuerden que, en los principios de la comercialización del CD, en algunos países se vendían en cajas alargadas, las llamadas longboxes, esencialmente pensadas para disuadir los robos y, de paso, realzar un producto barato que se vendía como objeto de lujo. Un despilfarro de millones de toneladas de papel que fue derrotado por una coalición de sellos independientes y artistas de alta visibilidad, como David Bowie o los Red Hot Chili Peppers. Hoy, una cáncamo así sería imposible: la única consigna imperante es el sálvese quien pueda.
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