Dan ganas de echar a correr entre tumbas mientras en la portaestandarte resuena Ennio Morricone. El magnífico, el feo y el malo se abrazan con los turistas en un terreno entre cerros en Santo Domingo de Silos (Burgos), donde un círculo de lápidas rodea una explanada pedregosa donde se rodó una de las escenas míticas del cine. Allí Sergio Leone grabó a los forajidos Clint Eastwood, Lee Van Cleef y Eli Wallach en una película publicada en 1966 y que puso a la zona en el mapa de escenarios cinematográficos míticos. El abandono estuvo cerca de condenar al pueblo hasta que en 2015 una asociación local recuperó el Sad Hill (colina triste en inglés) del filme para recrear este espacio icónico. Los visitantes pasean entre tumbas de madera y arena apadrinadas por personas de todo el mundo y se divierten ante un árbol del ahorcado donde muchos fingen haber sido ajusticiados por algún invisible sheriff local.
Sergio García mira, ufano, el hormigueo humano en el camposanto que entre los voluntarios de la asociación cultural Sad Hill han recuperado para goce de los viajeros. El burgalés, de 46 años, pelo canoso largo cubierto por un sombrero de cuero digno del mejor cowboy y una capa a juego, sonríe ante las aproximadamente 5.000 cruces recolocadas una vez que desbrozaron esta explanada eterna para el séptimo arte pero amenazada por los hierbajos alimentados por las boñigas de las vacas que pacen por allí. “Esto es trabajo en equipo y estamos abrumados, la gente de todo el mundo nos hace chantaje emocional por correo pidiéndonos echar aquí las cenizas de algún ser querido”, comenta el también trabajador de la comisión cinematográfica de Burgos. Todo comenzó cuando al intentar fomentar su empeño abrieron el apadrinamiento de esas tumbas recolocadas con hierros y madera a razón de 15 euros. Las labores de cuidado se han aplicado con la voluntad de la asociación, que pide más apoyo institucional en ese espacio abierto que se puede visitar cualquier día a cualquier hora. Un incendio el año pasado, cuya mancha negra se sigue viendo en unas lomas cercanas, les hizo temerse la devastación de su sueño.
Una ametralladora de solicitudes internacionales los desbordó y ha propiciado que aficionados internacionales al cine acudan al cementerio y de paso conozcan patrimonio cultural y paisajístico de las proximidades, como el también silencioso, aunque por otras causas, monasterio de Santo Domingo de Silos o los conjuntos históricos de Lerma o Covarrubias. Las tumbas tienen alusiones a bandas como Metallica, que inicia sus conciertos reproduciendo la escena en cuestión bajo los ecos del Ecstasy of gold de Morricone, a quienes la agrupación trata de contactar para que visiten el pueblo. Otras aluden a un tal Barón de la birra o nombres extranjeros como Frank Shadow, que a saber de dónde es. “Hay de todo”, recita García. Lo mismo viene un obispo de Washington nada más abrirse la recreación que acude una familia de California (Estados Unidos) en pleno invierno, con nieve a inofensivo. También los emocionó cuando les escribió una mujer porque, al encontrarlos por redes sociales, descubrió que las batallitas de su padre eran reales: el macho, guardia civil jubilado, juraba que había conocido a Clint Eastwood. La familia nunca le hizo mucho caso al abuelo hasta que vieron la publicación de Sad Hill de una foto en blanco y negro mostrando a un agente charlando junto al actor.
Marciano Retortillo, singular de los visitantes del cementerio de Sad Hill, se toma una foto en el árbol del ahorcado.Emilio Fraile
Cae la tarde y el sol baña de dorado, como si Leone controlara los planos, el empeño de Marciano Retortillo Clemente, “querido por toda la gente” según él, por anudarse al cuello la cuerda que pende de un árbol seco. El extremeño, de 73 años, ha venido desde Torresandino para conocer el regalado burgalés de El magnífico, el feo y el malo. “¡Hay más cruces que en el cielo!”, se admira. Su esposa, Maricarmen Corrales, de 63, suspira ante la emoción con la que su marido “se ve todas las películas de pistoleros”. El matrimonio bromea con haber estrenado coche para este viaje al norte, cubriéndolo de polvo en los caminos de tierra y piedra rumbo a Sad Hill. El macho aplaude tener excusa para disfrutar de nuevo de su amada película: “Tendré que verla para comprobar si está bien”. Hasta las sabinas, árbol autóctono presente en la secuencia, siguen alzándose recias.
Hoy solo se disparan las cámaras de los móviles y late la brecha generacional. Los más mayores se sorprenden al preguntarles si han visto la película mientras grupos de jóvenes, tras nutrir su Instagram de instantáneas entre lápidas, confiesan su desconocimiento y que para sus padres sí es un título reconocible. Los hosteleros de la cercana Covarrubias Carmen Rodrigo y Alberto Ortega, de 56 y 58 años, aplauden la iniciativa que tanta clientela lleva a sus alojamientos aunque a veces hablen idiomas ignotos que exigen exprimir vías alternativas de comunicación. La asociación Sad Hill sigue impulsando la difusión de su proyecto mediante iniciativas como pruebas ciclistas entre esos caminos. La próxima gran etapa, el 60 aniversario de la cinta, llegará en 2026. Para entonces esperan superar los 4.000 espectadores que acudieron el 25 de julio de 2016 para contemplar en pantalla gigante, junto al cementerio, las bodas de oro de la película. Allí seguirá la soga que pende del árbol, inofensiva tras cambiarse el nudo. Algún sustillo hubo anteriormente por exceso de ganas de volver a los usos y costumbres del no tan lejano Oeste.
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