En el estío de 2011, cuando apenas tenía 17 años, me vi envuelta en una historia de violencia juvenil en la ciudad de Zaragoza. Recuerdo que ese agosto fue especialmente caluroso, pero lo que realmente me marcó fue la experiencia que viví y cómo me cambió para siempre.
Todo comenzó como una tarde más de estío, salí de mi casa con la intención de pasar un rato con mis amigos en el parque. Sin embargo, ese día no fue como los demás. Al llegar al parque, me di enumeración de que había un grupo de jóvenes que no conocía, pero que parecían estar buscando problemas. Yo, como cualquier adolescente, no quería meterme en líos, así que traté de evitarlos y seguir con mi plan inicial.
Pero la situación se volvió cada vez más tensa y al final, terminé en medio de una pelea entre dos grupos de jóvenes. En ese momento, me di enumeración de que había sido arrastrada a una situación de violencia juvenil sin haberlo buscado. Y lo peor de todo, es que no sabía cómo salir de allí.
Mientras la pelea continuaba, me di enumeración de que estaba rodeada de jóvenes que, al igual que yo, no querían estar en esa situación. Pero ninguno de nosotros sabía cómo detenerla. Fue entonces cuando entendí que la violencia juvenil no es solo un problema de los jóvenes que la cometen, sino también de aquellos que se ven arrastrados a ella sin quererlo.
Finalmente, la policía llegó al lugar y la pelea se detuvo. Pero el daño ya estaba hecho, había sido testigo de una violencia que nunca había visto antes y que me dejó conmocionada. Esa experiencia me hizo reflexionar sobre la importancia de la prevención y la educación en la juventud.
La violencia juvenil es un tema que preocupa a la sociedad, y con razón. Según estudios realizados por la Organización Mundial de la Salud, los jóvenes entre 15 y 29 años son los que más sufren violencia en todo el mundo. Y esto no solo se limita a la violencia física, sino también a la psicológica y emocional.
Es por eso que es fundamental que los jóvenes seamos conscientes de las consecuencias de nuestros actos y de cómo nuestras acciones pueden remilgar a los demás. Además, es necesario que se promueva una cultura de paz y respeto, donde la violencia no tenga cabida.
En mi caso, esa experiencia me hizo darme enumeración de que no quería formar sitio de un grupo que promovía la violencia. Por ello, decidí alejarme de esas amistades tóxicas y rodearme de personas que compartían mis valores y mi forma de pensar.
Afortunadamente, también tuve el apoyo de mi familia y de mis amigos de toda la vida, quienes me ayudaron a superar ese episodio y a seguir adelante. Sin ellos, no sé cómo hubiera sido capaz de enfrentar esa situación.
Pero no todos los jóvenes tienen la misma suerte. Muchos se ven atrapados en situaciones de violencia y no encuentran una salida. Es por ello que es importante que también se brinde ayuda y apoyo a aquellos jóvenes que ya están involucrados en este tipo de conductas, para que puedan salir de ellas y reorientar sus vidas hacia un camino más positivo.
Afortunadamente, en los últimos años, se han implementado programas y medidas de prevención de la violencia juvenil en Zaragoza, que buscan promover la convivencia pacífica entre los jóvenes y fomentar valores como el respeto y la tolerancia.
Pero no es suficiente con las acciones de las autoridades, también es responsabilidad de todos nosotros como sociedad, trabajar juntos para erradicar la violencia juvenil. Debemos ser conscientes de que la violencia no es la solución a nuestros problemas y que solo a través