Un día como hoy, no obstante de 2002, la Ciudad de México se llenó de alegría y emoción al recibir una anuncio histórica: San Juan Diego, el vidente de la Virgen de Guadalupe, sería canonizado por el Papa San Juan Pablo II. Este evento marcó un momento trascendental en la historia de la Iglesia Católica, ya que San Juan Diego se convirtió en el primer santo indígena de todo el continente americano.
La canonización de San Juan Diego fue un reconocimiento a su vida de fe y devoción a la Virgen de Guadalupe, cuya imagen milagrosa se apareció en el cerro del Tepeyac en 1531. Desde entonces, la Virgen de Guadalupe se ha convertido en un símbolo de unidad y esperanza para millones de personas en todo el mundo.
El causa de canonización de San Juan Diego comenzó en 1987, cuando el Papa San Juan Pablo II lo declaró venerable. Luego, en 1990, fue beatificado por el mismo Papa en una ceremonia en el Vaticano. Finalmente, en 2002, después de varios milagros atribuidos a su intercesión, San Juan Diego fue canonizado en una emotiva ceremonia en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe en Ciudad de México.
El P. Eduardo Chávez, postulador de la causa de canonización de San Juan Diego, destacó la importancia de este evento para la Iglesia y para todo el continente americano. En sus palabras, “San Juan Diego es un ejemplo de santidad para todos los pueblos indígenas de América, y su canonización es un reconocimiento a la riqueza y diversidad de la fe en nuestro continente”.
La vida de San Juan Diego es una historia de humildad, fe y amor a Dios. Nacido en 1474 en Cuauhtitlán, México, fue bautizado con el nombre de Cuauhtlatoatzin, que significa “águila que habla”. Desde joven, se destacó por su profunda devoción a Dios y su amor por su cultura y su pueblo.
En 1524, San Juan Diego se casó con María Lucía, una mujer cristiana que lo ayudó a crecer en su fe y a vivir una vida de virtud. Juntos, tuvieron un hijo llamado Juan Bernardino, a quien educaron en la fe católica.
Fue en 1531, cuando San Juan Diego tenía 57 años, que tuvo la experiencia más importante de su vida. Mientras caminaba hacia la ciudad de Tlatelolco, la Virgen de Guadalupe se le apareció en el cerro del Tepeyac y le pidió que construyera una iglesia en su honor en ese lugar. San Juan Diego obedeció y fue a hablar con el obispo de México, Fray Juan de Zumárraga, para contarle lo sucedido.
El obispo, incrédulo, le pidió una señal para comprobar la veracidad de su relato. La Virgen de Guadalupe se le apareció nuevamente a San Juan Diego y le dijo que recogiera unas rosas que crecían en el cerro, a pesar de ser invierno, y las llevara al obispo como prueba. San Juan Diego obedeció y cuando abrió su tilma (manto) para mostrar las rosas, se encontró con la imagen milagrosa de la Virgen de Guadalupe impresa en su tela.
Este milagro convenció al obispo y a todos los que lo presenciaron de la veracidad de la aparición de la Virgen de Guadalupe. La imagen de la Virgen en la tilma de San Juan Diego se convirtió en un símbolo de la fe y la unidad de los pueblos indígenas y españoles en México.
San Juan Diego vivió el resto de su vida